Como un animal errático me adentro en la espesura de un bosque habitado por el silencio.
Siento en mis pies las huellas de los años talladas con martillo en las piedras.
Los arboles me observan como si fuera un extraño, susurran con sus ramas y sus hojas cuchichean improperios.
El musgo y el liquen, asociados en intima convivencia, esconde piedras amenazadoras, incisivas, afiladas, que en su inmovilidad pretenden agredirme.
El arroyo se expande en sus cascadas, corre raudo a avisar a sus riberas de mi intrusión, de mi ingrata presencia, solo bien recibida por el graznar de los cuervos.
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Hace 1 semana